Vivir Coram Deo es vivir a la luz del rostro de Dios, conscientes de que su presencia nos envuelve en todo momento. ¿Podemos acaso escondernos de Él? En absoluto. El salmista clama: “¿A dónde me iré de tu Espíritu? ¿Y a dónde huiré de tu presencia?” (Salmo 139:7). Dios es omnipresente, pero vivir Coram Deo no se trata solo de aceptar esa verdad teológica, sino de rendirnos diariamente a su presencia con una vida coherente y reverente.
I. ¿Estás honrando a Dios?
Honrar a Dios es tratar a Dios como Dios: reverenciar su carácter, reconocer sus atributos y someternos a su voluntad. No basta con saber quién es; debemos vivir en consecuencia. Jesús lo dijo claramente: “Si me amáis, guardad mis mandamientos” (Juan 14:15). Honramos a Dios cuando lo amamos con sinceridad, y ese amor nos lleva a conocerlo más y obedecerlo mejor.
Saúl es un claro ejemplo de quien creyó estar honrando a Dios mientras desobedecía. Cuando Dios le ordenó destruir por completo a los amalecitas, él decidió guardar lo mejor del botín “para ofrecerlo como sacrificio a Dios” (1 Samuel 15:21). Pero el Señor respondió con firmeza por medio de Samuel:
“¿Se complace Jehová tanto en los holocaustos y víctimas, como en que se obedezca a las palabras de Jehová? Ciertamente el obedecer es mejor que los sacrificios”. (1 Samuel 15:22).
II. Tu vida secreta es tu vida real
Vivir Coram Deo es huir de la hipocresía, esa “levadura de los fariseos” que Jesús denunció (Lucas 12:1). Quien vive ante Dios no lleva una doble vida, porque sabe que ante Él no hay rincón oculto. Lo que somos en lo íntimo, eso somos realmente. “Porque nada hay encubierto, que no haya de descubrirse; ni oculto, que no haya de saberse” (Lucas 12:2).
La verdadera espiritualidad se manifiesta no solo en la congregación, sino también en la soledad, en la rutina, en lo cotidiano. Ser cristiano no es un papel que se interpreta el domingo; es una identidad que se vive el lunes, en el trabajo, la universidad o el hogar.
III. Dependes de Dios
Esta vida de honra, obediencia y verdad solo es posible si entendemos algo fundamental: dependemos totalmente de Dios. No es con nuestras fuerzas. Nuestro Señor lo afirmó con así:
“Permaneced en mí, y yo en vosotros. Como el pámpano no puede llevar fruto por sí mismo, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí” (Juan 15:4).
Vivir Coram Deo requiere comunión constante, dependencia real y un corazón que reconoce que sin Cristo nada puede hacer.
Un comentario
Es difícil sobretodo mantenerse Coram Deo, pero debemos confiar en la fuerza de Dios